Bienaventurados

Bienaventurados los constructores de paz y amor


“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos…” (Mateo 5, 3)

Nuestro Señor sube a la montaña para ser visto y escuchado por gran cantidad de personas que lo siguen de todos lados, buscando encontrar en Sus palabras aquello que le dé sentido a sus vidas… alimento para el alma y luz en su camino.

 

Parece que una de las características de los grandes hombres y mujeres, de aquellos que nos han dejado ejemplos de vida extraordinarios, algo que los distingue es la humildad. No se llenan de “títulos importantes”, aunque se les otorguen, no los buscan ni los presumen. Incluso llegan a sentirse indignos de merecerlos
Tienen en su corazón, grabada de alguna manera, aquella expresión evangélica del Siervo Fiel: “Yo sólo hice lo que tenía que hacer”

Ven Señor Jesús

Cuando Cristo se dispone a “dejar” esta tierra para ocupar Su lugar que es a la Derecha del Padre, nota el desconcierto y tristeza en sus discípulos. Ellos se sienten quizá desprotegidos. Todos esos años no hacían otra cosa que seguirlo, Él marcaba el rumbo, la dirección de a dónde debían dirigirse. ¿Y entonces ahora qué harían? ¿A dónde irían? ¿Qué deberían predicar?

Conociendo sus corazones y el temor que había en ellos, les promete no dejarlos solos, les promete el envío del Espíritu Santo: “Él les enseñará todo…”

Ven Señor Jesús

Cuando Cristo se dispone a “dejar” esta tierra para ocupar Su lugar que es a la Derecha del Padre, nota el desconcierto y tristeza en sus discípulos. Ellos se sienten quizá desprotegidos. Todos esos años no hacían otra cosa que seguirlo, Él marcaba el rumbo, la dirección de a dónde debían dirigirse. ¿Y entonces ahora qué harían? ¿A dónde irían? ¿Qué deberían predicar?

¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?

Cada momento, cada encuentro que tiene nuestro Señor Jesús está lleno de enseñanza.