
En nuestra experiencia de vida la escuela ha formado una gran parte de ella y, el que nos tomen lista es cotidiano. Cuando nos encontramos en un salón de clases se nos pasa lista y contestamos “presente” cuando se nos nombra. Pero nosotros mismos y los que lo hacemos como maestros en un salón de clases, sabemos que eso no es necesariamente verdadero. Me he topado con alumnos que contestan y al cabo de un rato, muy asustados se acercan a preguntar si tomé en cuenta su asistencia pues “no oyeron” su nombre o piensan que no contestaron. Estaban ahí de bulto, sin embargo, no se encontraban interiormente allí sino en cualquier otro lado.
¿Dónde se hallaban en ese momento? Concentrados pensando en su novio/a; o atendiendo alguna próxima tarea; o quizá mirando su celular o computadora; o fijando su mente y su corazón en sus preocupaciones, o en sus gustos o en sus aficiones o en lo que desearían hacer ahora o más tarde, cualquier cosa que sea, simplemente su consciencia no coincide con su entorno, no están ahí donde parecen estar.
Esto nos lleva a dos hechos que habrá que considerar. No siempre estamos donde estamos; muy a menudo olvidamos lo que nos rodea aquí y ahora. Factor de éxito, de logro y hasta de equilibrio mental, además de algo importante para el desarrollo de la propia personalidad, es volver la mente, el pensamiento, la voluntad, la sensibilidad a donde uno se encuentra. Asegura la conexión y nos estructura. Estar aquí y ahora nos asegura la consciencia de sí mismo y la consciencia del entorno que nos rodea. Desconectarse total y continuamente de la circunstancia propia, sin estar en lo que se hace, sino simplemente divagando, hace que quien se encuentre en esta situación se deje llevar, no está en control de sí mismo. La conducta de muchas personas suele ser así y, por ello, sus errores siempre son atribuidos a que las cosas “no salieron”, sin admitir que ellas, sencillamente no estaban ahí.
El otro hecho que hay que considerar es que las cosas, todas las cosas que experimentamos están ahí, siempre ahí en el entorno que nos rodea, las cosas buenas y las cosas malas; sólo que su presencia a veces pasa desapercibida. Cuando alguien se enamora, ya sea de una persona, ya sea de su trabajo, ya sea del ejercicio de su profesión, de sus cosas, de sus diversiones, de sus gustos o aficiones, siempre ocurre algo: se fija la atención únicamente en lo bueno, en lo agradable, en lo apetitoso, en lo deleitable, y eso impulsa a quien está enamorado a no dejar jamás aquello que ama, sin importar esfuerzos, sacrificios o renuncias que haya que hacer, simplemente se realizan sin pensar, dudar o plantearse algo más. Se entrega todo por lo que se ama. Se traduce también en ánimo, alegría, esperanza, ilusión, en aflorar todos los recursos y cualidades que interiormente están ahí pero que ahora encuentran el entorno floreciente que los hace relucir. Nada detiene a una persona realmente enamorada.
¿Qué ocurre en el desenamoramiento o en aquellos que no encajan en la actitud interior? Es algo sencillo de explicar. ¿Qué hace que el enamorado lo esté? Su atención está concentrada en todo lo bueno que está ahí y jamás presta atención a lo malo que se le opone, no que no reconozca que está ahí, sólo que no le presta mayor atención más que para superarlo. El que está deprimido, desesperanzado, desalentado se enfoca en lo malo y en dejar a un lado lo bueno que está ahí, ante él. Eso lo apaga, lo concentra en sí mismo, lo inhibe, lo deprime y termina por aplastarlo en la desilusión, en el desaliento, en la falta de energía.
Así pues, todo es cuestión de dónde decides estar: aquí y ahora, además ante lo bueno, lo positivo o lo favorable; o desconectado de la realidad, fijo únicamente en lo malo, desagradable o adverso.
Las consecuencias, en ambos casos, realmente son elegidas.
Tú, ¿dónde decides y quieres estar?
Hasta la vista.