Buscas amigos que te ayuden y que alivien tu soledad. ¿Por qué no te acercas al que nunca te va a traicionar y que estará siempre a tu lado adondequiera que vayas? (Card. Van Thuan).
«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Estas palabras de Jesús se han hecho realidad muy viva en aquellas comunidades orantes — y son muchas — que, a pesar de estar a miles de kilómetros de un sacerdote, siguieron reuniéndose con perseverancia en medio de peligros y en total aislamiento (Card. Van Thuan).
Los libros de espiritualidad han guiado a un gran número de personas hacia la santidad. Ese es el combustible que alimenta la llama del fuego de la oración (Card. Van Thuan).
El P. Werenfried van Straaten, autor del libro Donde llora Dios, cuenta el siguiente hecho:
Durante la segunda guerra mundial, una mujer alemana vivía con un grupo de compatriotas cristianos alejada de cualquier iglesia y de cualquier sacerdote. Se conformaban con reunirse todos los domingos por la tarde en un cementerio abandonado, para orar juntos. Al enterarse de que a mil kilómetros de allí había sacerdotes, decidieron escotar entre ellos una vez al mes para pagar el viaje de ida y vuelta a una anciana para que les trajese la Eucaristía. Pasado ese día, vivían reconfortados por la esperanza de que, cuando volviese la mujer, tendrían en medio de ellos a Jesús. Gracias a esa ayuda, se sentían reconfortados por el amor y la oración.
Cuando en 1972 fue liberada aquella señora, contó el hecho y reveló que ella misma había presidido aquellas reuniones de los domingos por la tarde: «Hoy me marcho con gran pesar y con el recuerdo de aquella comunidad fraternal unida en la oración y en la comunión eucarística.