Sólo existe un verdadero fracaso: perder la esperanza en Dios. «En ti esperaban, y nunca quedaron defraudados...» (Sal 22,6) (Card. Van Thuan).
No temas contarle al Señor todo lo que deseas y todo lo que piensas. «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¡y todavía no me habéis pedido nada...!» (Jn 16,24). No tengas miedo a confiarte a él y a amarlo como a un padre (Card. Van Thuan).
Si careces de resolución y de tenacidad, no digas: «Soy manso», sino «Soy un cobarde» (Card. Van Thuan).
En aquel instituto sólo la superiora y algunas religiosas (una de ellas vietnamita) eran videntes. Todas las demás eran ciegas. Generalmente, cuando alguien ha perdido la vista, o cuando es ciego de nacimiento, se siente inclinado a creer, y los demás con él, que se le ha arruinado la vida y que está condenado a la mediocridad o a la nulidad.
Este instituto tiene como objetivo decir a los ciegos que en su corazón sigue alumbrándoles y brillando la luz de la esperanza como para todos los videntes. Allí estudian, se forman, aprenden un oficio y música con el alfabeto Braille. Cantan en los recreos y en la capilla. Pero estas religiosas que se han quedado ciegas estudian para los demás, para dar clases a las que asisten niños ciegos, de lo que los padres les están enormemente agradecidos. Profesoras y alumnos son capaces de subir y bajar los tres pisos del inmueble, de entrar en las salas, de hablar y escuchar, de mandar o hacer los deberes y de estudiar las lecciones... con tanta alegría de vivir como los niños normales...