
Alimenta en tu interior este deseo: «En la tierra como en el cielo» (Mt 6,10)... Esfuérzate por hacer realidad este deseo, y acercarás a todos ya en esta tierra la felicidad del paraíso.
Alimenta en tu interior este deseo: «En la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).
Que los pueblos conozcan a Dios en la tierra como en el cielo.
Que los hombres empiecen a amarse en la tierra como en el cielo.
Que haya dicha en la tierra como en el cielo.
Esfuérzate por hacer realidad este deseo, y acercarás a todos ya en esta tierra la felicidad del paraíso (C. E 991).
Una vez, un obispo misionero, en un viaje que hizo a Europa, fue a dar una plática a un convento de monjas que sentían una gran curiosidad por saber cosas de una diócesis de misión.
El obispo les habló sobre todo de los sufrimientos de aquellas gentes pobres, analfabetas, supersticiosas, diezmadas precozmente por las enfermedades, y que carecían de todo el confort de los países civilizados. Esas gentes estaban sobre todo privadas de misioneros y de colaboradores que las sostuvieran espiritual y corporalmente. «Los que hay en estos momentos son tan pocos y están tan dispersos a lo largo del desierto o de las selvas, que prácticamente no se reúnen nunca y viven sin verse, aislados y casi olvidados durante toda su vida y a la hora de la muerte».
Aquí se detuvo, dudando si hacer o no una pregunta que le venía a los labios. Finalmente, se decidió y preguntó:
— Quisiera saber si alguna de ustedes aceptaría venir a ayudarnos...
Toda la comunidad, de cincuenta monjas, levantó la mano como una sola persona:
— Nos ofrecemos voluntarias.
Lo más difícil fue escoger. Se aplicó el criterio de la salud, la edad y la profesión.
Y mientras que las elegidas se preparaban felices para partir, las demás aceptaron quedarse y unirse al trabajo misionero por medio de la oración y el sacrificio.
¡Dichosos años de tan generosa capacidad de entrega!